CREEMOS que la Biblia es la palabra de Dios, escrita por hombres pero inspirada por el Espíritu Santo.

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CREEMOS en un solo Dios creador de todo y en la trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo.

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CREEMOS que Dios fue manifestado en carne en la segunda persona de la Trinidad siendo así el “EMANUEL”, concebido por la Virgen María.             

 

CREEMOS que Jesús, siendo hombre sin pecado, murió por nuestros pecados para que pudiésemos ser salvos, resucito y ascendió a los cielos donde está a la diestra del Padre.  

 

CREEMOS que Jesucristo es el único mediador entre Dios y los hombres, y en ningún otro hay salvación. CREEMOS Que hay un cielo, donde irán a gozar todos los redimidos por Cristo, y un infierno preparado para el Diablo y sus ángeles y aquellos que no acepten la salvación por medio de Cristo.     

 

CREEMOS que todo hombre es pecador, no sólo por ser descendiente de Adán, sino porque  él mismo ha pecado voluntariamente.

 

CREEMOS que el hombre es justificado solamente por la fe,  que el creyente acepta a Jesús  como su único y suficiente Salvador.

 

CREEMOS que las obras NO son meritorias para la salvación, ya que somos salvos por gracia, por medio de la fe; siendo pues esto un don de Dios. Las buenas obras pondrán de manifiesto la vida espiritual del creyente.

 

CREEMOS en el bautismo por inmersión, como testimonio público de su conversión al evangelio de Jesucristo, y en la cena del Señor con la participación del pan y el vino, para celebrar el Nuevo Pacto que Jesús estableció.

 

CREEMOS en las manifestaciones sobrenaturales del poder del Espíritu Santo, dados a la iglesia para su edificación, así como el bautismo en el Espíritu Santo, para ser testigos de Jesucristo, servir a Dios y vivir en santidad. La evidencia inicial es hablar en lenguas desconocidas, diferenciando este hecho del don de lenguas.

 

CREEMOS en el arrebatamiento de la iglesia y la segunda venida de Jesucristo, junto con sus santos, para establecer su reino sobre la tierra.

 

EN DEFINITIVA, todo hombre puede ser salvo mediante el arrepentimiento de sus pecados y la fe en Jesús; ser lleno del poder del Espíritu Santo y llevar una vida de santidad y obediencia a Dios, sin necesidad de ceremonias religiosas ni esfuerzos humanos.